Algo, una fuerza extraña me llevó hasta allí. Hacía muchos
años que no visitaba la antigua casa de la abuela. El perderla, hacía ya más de
una década, fue un golpe muy duro y, desde entonces, no me había atrevido a
atravesar el umbral del acogedor lugar.
Al ingresar me invadió la pena. Fue algo terriblemente
desolador. Nada de lo que conocía era como la recordaba. Todo allí se veía
diferente. La sala, otrora color verde oscuro, hoy solo se desplegaba cual
húmeda y resquebrajada fotografía de la decadencia. Algunos apolillados muebles
aún permanecían allí, desafiando el inexorable calendario. Tanto tiempo sin ser
habitada hicieron de ese hogar una tapera inhabitable. Solo ruinas subsistían.
Al final de aquella habitación podía observarse, dejando
pasar a través de ella el sol otoñal, en dudoso estado de conservación, la
enorme mampara que conducía al patio. Sus enormes vidrios, de variados colores,
sorprendentemente, permanecían intactos. Sin dudarlo un instante me dirigí a su
encuentro con paso firme y abrí aquella enmohecida puerta. Frente de mí,
acusando el olvido, apareció el indisciplinado follaje de variadas plantas,
únicos habitantes vivientes, testigos de mi niñez junto a la anciana.
Internarme en aquel patio me pareció una aventura dantesca,
un retorno a mi niñez. Por un instante unos tropeles de recuerdos se apoderaron
de mí. Todo era nostalgia. Los olores a malvones florecidos, horas en la
improvisada hamaca construida con sogas y madera de cajón de manzanas, las
meriendas con pan y dulce de zapallo, hecho con el amor de las agiles manos
arrugadas por el trascurso de la vida. Era raro estar allí.
Solo el crujir de las hojas desarmándose debajo de mis
pies, me regresaron al momento real, fuera de eso, todo era mágico.
Sin pensarlo, alucinando el pasado en el presente, llegué
hasta el galponcito del fondo. En absoluto lo frecuentaba en mi infancia. Su
ubicación tan alejada, su construcción tan precaria, y el miedo a lo que
escondía, hicieron que me mantenga a distancia prudente el él. Pero ya estaba
en el lugar. Empujé levemente la puerta y ésta, sin oponer resistencia se
abrió. Un paso y ya estaba dentro.
¿Qué me había llevado a este lugar? Algo mágico moraba en
el aire. Un extraño perfume a colonia Ambré inundó todo el espacio. Aquel aroma
solo podía asociarlo a la antigua residente del sitio. No podía verla, pero,
sí, ella estaba en aquel ruinoso depósito. Todo mi cuerpo se estremeció al
percibirlo, pero una confortable sensación de paz anegó el espacio. Quizás mis
ojos no conseguían divisarla, pero mi alma sí y eso transformaba ese instante
en una maravillosa alucinación a la que no pensaba dimitir.
Esa energía envolvió mi cuerpo y me convirtió en
desquiciado autómata. Caminé hacia un polvoriento estante, estiré mi brazo
desconociendo qué buscaba. Un infrecuente gozo se apoderó de mí al ver en mi
mano una derruida llavecilla. Volteé y al otro lado de la abandonada
construcción, como un secreto gritado en plena calle, podía observarse, a la
espera de ser abierto, un cofre.
Fue solo responder a un impulso y de un solo giro destrabar
el acceso de aquel compartimiento, custodio de escondidos tesoros. No más
preámbulos en la acción y sin demora acceder al contenido del recipiente.
Mi corazón, en ese momento, latía con tanta potencia que ni
cien vientos huracanados lograrían compararse a su fuerza. ¿Era yo viviendo ese
momento o aquella poderosa energía me poseía? No lograba entender qué sucedía,
pero el frenesí dislocante de ese instante era embriagador.
Ahí, como relato inconfesado se encontraban varias hojas de
un papel amarillento. Temblorosa tomé una entre mis manos al instante en que
mis ojos se colmaban de lágrimas. Jamás podré relatar cuál era el contenido de
ese hallazgo puesto que, en ese momento, el ente que me poseía nubló mi vista a
la vez que apretujó en mi pecho aquel retazo de memoria.
Cuando mi visión se desveló, el cofre ya no estaba, tampoco
la llave y solo había en aquel mugroso sitio un repugnante olor a humedad.
Algo, una fuerza extraña me llevó hasta allí y ahora
comprendo que ha sido…
Hay secretos que pertenecen a la eternidad.
AUTORA: Nilda Fux
Rafaela (Santa Fe- Argentina)
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