Debo ordenar las carpetas con fotos antes de mudarnos, pienso mientras abro
la puerta del placar. Creo que llegó el momento.
Recuerdo cuando, con algunos de mis primos, tras la muerte de
una de las tías, fuimos a vaciar el departamento que ella alquilaba.
En el ropero, una caja enorme llena de fotos antiguas y recientes que pugnaban
por salirse.
¿Qué hacer con ellas? Pues claro las quemamos, para nosotros no
significaban nada.
Con este pensamiento comienzo la gran limpieza. “Dejaré doce
por año”. Pienso.
Así voy seleccionando una a una las fotos más significativas por cada mes.
El tiempo pasa sin darme cuenta y pronto llego al final de la estantería en
dónde estaban las carpetas. Solo queda una extraña caja.
No recuerdo haberla dejado allí. La tomo y la reviso.
En su interior un paquete sostenido por un broche, lo tomo, lo
doy vuelta, unas diez fotos antiguas de mujeres muy bellas aparece.
“¡Las fotos de Susana!” Recuerdo
cuando me las dio. “Son de mujeres de mi familia, de antes del mil
novecientos”. Aclaró.
Las miro una a una y las vuelvo a
enganchar; “ya haré algo con ellas”. Planeo.
Vuelvo a mirar dentro de la caja, quizás quede alguna otra
cosa. Unos papeles amarillos que voy a guardar, son buenos para pintar con
acuarelas.
Una llave muy bonita de bronce con finos dibujos en su parte superior; la
levanto, la observo, quizás de algún neceser; no recuerdo haberla dejado allí.
Imagino, la examino, razono, ¡ya!…
–“¡Es la llave de mi piano!” –digo en vos alta mientras
intento frenar la emoción, el mismo que me regalara mi padre un día de reyes.
AUTORA: Griselda Bosi- Los Hornillos
(Córdoba- Argentina)
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