Ya ni
recuerdo de dónde era la llave. Quizá de la puerta o el cajón de un mueble
antiguo de esos que abundaban en la vieja casona de mi abuela. El clip era otro
misterio. Seguramente sostuvo entre sus mandíbulas desdentadas un conjunto de
papeles de los cuales tampoco quedan memoria, quizás con anotaciones
importantes. Anotaciones que se borran con el paso del tiempo cuando sus dueños
mueren y de a poco no va quedando nadie que los recuerde.
Yo conocí
aquella casa. Era de estilo inglés con paredes de ladrillos a la vista y
ventanas de madera pintadas de verde con vidrios emplomados formando dibujos
tales como ignotos escudos de armas supuestamente falsos ya que mi abuela no
tenía ningún antecedente noble entre sus ancestros
En realidad
la riqueza de mi abuela había sido amasada por su padre, el viejo Charles
Landfort. Cualquiera que haya vivido por la zona ha oído de Landfort. Era un
empresario para los habitantes del pueblo que ignoraban sus verdaderas
actividades presuntamente ilegales. Un self made man nacido en la más pobre de
las casas del más pobre de los barrios y aun siendo joven ya disponía de dinero
suficiente para comprar la mitad de los negocios de la ciudad.
No tuve la suerte, o la desdicha, de haber conocido a mi bisabuelo. En mi
niñez solía escuchar a mis padres conversando sobre los negocios de Landfort
hasta que reaccionaban y dándose cuenta que yo estaba allí me echaban de la
sala mandándome al dormitorio. Por lo tanto nunca tuve, entonces, una clara
idea de cómo adquirió su riqueza.
Y ahora,
estoy sentado mirando los objetos que quedaron luego de que la casa de mi
abuela fuera demolida pues mis padres vendieron la propiedad y la compró un
empresario de bienes raíces que tenía proyectado construir un gran edificio de
departamentos.
Muebles y
toda clase de obras de arte fueron rematados en una enorme carpa situada en el
mismo terreno. Y allí es donde estoy. Mirando sin poner demasiada atención. No
soy afecto a las cosas antiguas. Soy amante del modernismo.
Pero esos
papeles viejos, ajados y amarillentos, el clip y la llave han captado mi
curiosidad y no me explico por qué. Son como un imán del que no me puedo
desprender.
¿Por qué
esos papeles sin anotaciones estaban acomodados como si fueran importantes?
¿Por qué estaban en blanco? ¿Alguien los dejo como al descuido? ¿O quisieron
dejar un mensaje? ¿Y por qué yo me sentía tentado de tomarlos y estudiarlos?
No resistí
el deseo. Tomé la llave y abroché los papeles con el clip y me los llevé a
casa. Estuve varios días mirándolos sin darme cuenta que ya se habían
convertido en una obsesión. Y probablemente hubiera seguido así si no hubiera
sucedido lo que sucedió.
Una de las
hojas quedó cerca de la pava caliente que usaba para el mate. Cuando la separé
me di cuenta que se estaba formando un texto que estaba invisible antes de que
le llegara el calor.
La escritura indicaba un plano de la casa y un punto marcado. Con lo que
sabía de la distribución me di cuenta que era el sótano, al que nunca accedí
pues su puerta siempre estaba cerrada con llave. ¡La llave!
Tome el
resto de los papeles y los acerque al calor. Con gran sorpresa pude ver que se
trataba de una lista de cantidades de dinero y hasta de lingotes de oro. ¡Era
evidente que estaban escondidos en el sótano!
Salí corriendo de mi casa. Lo hice tan rápido como pude. Al llegar al
terreno ya vacío y rodeado de una alta valla pude ver que todavía había
operarios trabajando. Quise entrar y no me dejaron. Intente usar la fuerza pero
eran varios y lograron echarme de nuevo a la vereda.
Impotente, no se me ocurrió mejor idea que revelarles mi hallazgo con ellos
para que pudiéramos compartirlo. Una gran carcajada a coro fue la única
respuesta.
Mientras tanto, la grúa levantaba un enorme arcón de madera y lo depositaba
en un camión. Los operarios no dejaban de burlarse de mí.
AUTOR: Ricardo
Jose Montenegro-
Villa Ballester (Buenos
Aires- Argentina)
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