El viejo teatro donde un famoso concertista de piano iba a dar el recital, estaba emplazado en un pueblo que ocupaba un espacioso lugar en el recodo de un arroyo, bordeado por un bosque que bajaba desde las colinas nevadas. Cuando llegó al mediodía conduciendo su coche, lo recibió su amigo que organizaba el espectáculo de esa noche. Se conocían desde chicos desde el colegio primario y como un anfitrión espléndido lo esperaba con el almuerzo servido.
Después de hablar de muchísimos temas y recuerdos de su juventud, su amigo le dijo durante la comida que el teatro había sido construido originalmente por un Marqués, que era español y eximio pianista como él, pero que había sido el lugar de su propia desgracia, con una muerte espantosa. Le contó que se había enamorado perdidamente de una pianista de la orquesta, pero como ésta nunca aceptó sus propuestas de amor, inmerso en la locura y la ebriedad se suicidó, cortándose la yugular envuelto en un río de sangre.
Le aseguró sonriendo, que las malas lenguas decían que su espectro se desplazaba por el teatro entre las sombras, tratando de obsequiarle a su amada una rosa encarnada para conseguir convencerla en su purgatorio de amor. Los actores, las bailarinas, el coro y algunos espectadores, aseguraban atemorizados que creían haberlo visto en alguna ocasión.
Con el estómago lleno y el corazón contento, el pianista tomó esos dichos con una amplia sonrisa y su amigo lo instaló en el cuarto donde se había producido la tragedia, que tenía una amplia ventana y una vista espléndida a ese hermoso parque que rodeaba el teatro. Junto a la ventana había un piano que había pertenecido al Marqués y en una de las paredes estaba colgado un gran cuadro con su imagen seria y pensativa, inmerso en un ornamentado marco de plata. Al ver ese retrato le llamó la atención lo parecido que era a él, y cuando se acordó de aquellas advertencias sobre la existencia de ese fantasma en el teatro, pensó que era una tontería que creyeran en todas esas cosas fantasiosas.
El recital fue un éxito con el teatro colmado por la gente del pueblo, donde la mayoría eran fanáticos admiradores. Al aparecer el pianista en escena, el aire del la sala se llenó de emoción y silencio. Entonces, desarrolló su recital con un exquisito repertorio que había seleccionado especialmente, estremeciendo al público de tal forma, que al finalizar el espectáculo le pidieron varios bises y después de cada uno, aplaudían aún más.
Luego de la función su amigo lo invitó a cenar. Comieron y bebieron bastante, charlando durante un largo tiempo, y finalmente el pianista se fue a dormir a su habitación. Si bien la noche era bastante calurosa, estaba tan cansado que se sumergió rápidamente en un sueño profundo. Sin embargo, muy pronto se despertó sobresaltado, porque creyó escuchar los ruidos de unos pasos. En esos momentos, el pianista comenzó a sentir una particular y ominosa sensación paralizante producida por el miedo a lo desconocido.
Cuando se incorporó asustado en la cama, observó que la luz de la luna llena asomaba reluciente como una enorme moneda plateada y desde los frondosos árboles del parque penetraba a través de las cortinas de la ventana, iluminando tenuemente el interior de la habitación. El resplandor que provocaba esa luz sobre las agujas del reloj, le indicaron que era la medianoche.
Fue allí cuando percibió que junto a la ventana alguien comenzó a tocar en el piano la sonata del claro de luna de Beethoven. Cuando estupefacto abrió los ojos para mirar con detenimiento lo que pasaba, vio que una hermosa mujer efectuaba la interpretación y la figura del Marqués parado tras ella con una copa de vino en una mano y una rosa encarnada en la otra, escuchaba ensimismado esa música sublime.
De pronto el Marqués, se inclinó, haciendo como que trataba de leer la partitura y aprovechó para depositar la rosa encarnada junto al pentagrama y para liberar su otra mano apoyó suavemente la copa de vino, mientras en realidad miraba deseoso de amor a esa mujer cuya belleza estaba envuelta en esa divina melodía que flotaba en el aire. En ese preciso momento, el pianista que estaba mirando toda esa escena fantasmal, comenzó a sentir la imperiosa necesidad de acariciar a esa hermosa mujer con una adicción irresistible, como si fuera el Marqués.
Pero el rostro de ella que estaba inclinado hacia delante, siguiendo con su mirada atenta y ansiosa las notas del pentagrama, esa actitud provocativa del Marqués mostró su nerviosismo y en una repentina reacción interrumpió su interpretación en forma abrupta, lo que hizo inclinar la copa de tal manera, que casi vuelca el contenido del vino sobre el teclado. Por un instante permaneció sentada en el taburete dura como una estatua y luego, sin decir nada, se levantó y se retiró de la habitación, tomando el picaporte con fuerza y cerrando la puerta con violencia.
Fue allí cuando el pianista se despertó y mientras lentamente la imagen del cuarto fue cobrando vida ante sus ojos, respiró honda y profundamente durante unos minutos, para recuperarse de ese extraño sueño que lo había dejado maltrecho. Al sentarse en la cama sobre esas sábanas revueltas, su ritmo cardíaco comenzó a normalizarse y la conciencia de la realidad fue retornando poco a poco a su mente.
Al mirar hacia la ventana, la luz del amanecer que se filtraba en esos momentos por las cortinas, iluminaba tenuemente el piano en el interior de la habitación. Sin embargo, la sensación que le había dejado aquel sueño aún seguía perturbando su espíritu. Todo aquel episodio lo hacía sentir como que él se había transportado a otra dimensión de tiempo y espacio, encarnándose en el cuerpo del Marqués.
Permaneció un largo rato sentado en la cama, mientras los pensamientos aguijoneaban su mente. Luego, ya más tranquilo, se dirigió hacia el baño para lavarse la cara y despabilarse. Pero cuando contempló su imagen en el espejo del lavatorio en esa leve oscuridad, quedó paralizado, porque la figura que reflejaba era muy extraña. Entonces decidió cerrar los ojos para ganar tiempo y recapacitar, asegurándose de que su vista no lo había engañado y así calmar y preparar su espíritu a una contemplación más fría y serena.
Mas al encender la luz y abrir los ojos nuevamente, emitió un grito de terror al distinguir que el espejo reflejaba claramente la imagen del rostro del Marqués español. Entonces, salió corriendo despavorido de la habitación y al llegar al pasillo, tropezó con el cuerpo de su amigo, quien sonriente lo trató de tranquilizar y lo condujo amablemente al hall de recepción del teatro, donde le sirvió una copita de brandy para reanimarlo.
Cuando el pianista le contó la pesadilla que había sufrido y la aparición de aquella imagen, su amigo le dijo que seguramente esa visión que había tenido en el espejo, habría sido producto de alguna reacción emocional de su sueño. Al regresar ese día en su automóvil hacia la Ciudad, luego de desayunar y despedirse de su amigo, el pianista estaba muy contento y satisfecho por el éxito del recital. Pero se llevó los datos del Marqués para verificarlos en el árbol genealógico de sus antepasados españoles, sin poder de dejar de recordar con estremecimiento aquel susto mayúsculo que había padecido esa noche en aquel viejo teatro.
Autor: Néstor Quadri
Parque Avellaneda (Buenos Aires - Argentina)
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