Érase una vez,
en un país lejano, donde se encontraba el hermoso castillo.
En él vivían el rey, su esposa la reina y
dos hijas de nombres Azucena y Narcisa.
Las chiquillas eran felices en su reino y
pasaron la niñez llena de mimos y riquezas.
Pero el carácter de las muchachitas no era
igual, ni parecido. La princesa Azucena siempre estaba alegre y todo le caía
bien, en cambio Narcisa era huraña y egoísta.
Cierto día que estaban en los jardines del
castillo, apareció detrás de la cerca, un muchacho vestido con sencillez. Sus
grandes ojos negros miraban a las señoritas en su recorrido diario.
Hacía ya un tiempo que las había descubierto,
pero esa tarde se dejó ver.
Azucena se acercó a él y lo saludó con
alegría, mientras su hermana la miraba desaprobando.
En otra ocasión, la mayor invitó al joven a
pasar al interior del jardín y, sentados en un banco, charlaron largo rato. Se
hicieron amigos. Llamó a Narcisa para
que se acercara, pero ésta, haciendo un gesto de soberbia, desapareció.
No tardó en enterarse el rey de estas
visitas y le prohibió a su hija que vuelva a verlo.
_No te conviene, tú eres princesa y deberás
casarte con un príncipe, así que nada de amistades que no te corresponden.
Mucho lloró Azucena, ya que había empezado a
quererlo más que como amigo. Pero la orden del padre no se debía discutir.
Narcisa en cambio, egoísta y cruel, gozaba
con el dolor de la hermana.
Pasó el tiempo y la tristeza se instaló en
el alma de Azucena.
Un día llegó a manos del rey un mensaje
enviado desde otro reino, Allí le decían que el príncipe heredero estaba buscando esposa y como sabía que él
tenía dos hijas casaderas quería conocerlas.
Grande fue la alegría de Narcisa: _ Seguro
que me elige a mi_ pensaba.
En cambio, Azucen ni se molestó con la
noticia. Seguía recordando los ojos negros del campesino que la había
deslumbrado.
Llegado el día, el padre ordenó a las
muchachas que se pongan en condiciones para recibir al candidato.
Ayudada por las mujeres, Narcisa hizo rizar
su cabellera. Se maquilló y arregló con esmero y se puso el vestido más lindo y llamativo que tenía.
Azucena en cambio ni quería asistir al
encuentro.
Obligada, se pasó apenas un peine por sus
largos cabellos rubios. No se pintó los
labios y se puso cualquier vestido; esos que usaba todos los días.
Cuando llegó el momento, las dos aparecieron
en el salón donde ya estaba el rey y el pretendiente.
La princesa, con la vista mirando al suelo,
ni le prestó atención.
Se sentaron en los sillones destinados.
Narcisa estaba eufórica, con la seguridad de que sería la elegida. Si la
hermana parecía su sombra.
Pero el príncipe se levantó y encaminó sus
pasos directamente hacia Azucena, poniéndose de rodillas delante de ella.
El joven era hermoso, y así vestido, con
esas ropas exquisitas, todo un caballero.
La boca de Narcisa se torció en una mueca.
_ ¿Qué le vio a ésa? _ pensó.
Entonces
la princesa miró de frente al
muchacho y se hundió en esos ojos negros, que eran los mismos que los de su enamorado campesino.
Como verás _ le dijo éste _ fingí ser pobre
para conocerte.
_ ¿Te casarías conmigo?
La hermana no podía creerlo, y ella que lo
había despreciado en su momento,..
Mientras los contemplaba mirándose arrobados
y felices, Narcisa se prometió luchar contra su egoísmo y mezquindad.
Sonriendo pensó: - Después de todo, seguro que esta pareja pronto me dará hermosos
sobrinos.
AUTORA: Olga Catalina Schmidt
Rafaela (Santa Fe- Argentina)
No hay comentarios:
Publicar un comentario