Cerca de un lago, en un
castillo lujoso, rodeado de pinos y montañas, vivían un rey y una reina. Tenían una hija, la
princesa Almíbar. A ella le gustaba pasear por los jardines, leer debajo de los
pinos y caminar a orillas del lago. También ayudaba a los cocineros a preparar
sus postres favoritos. Un día el rey la
llamó y le dijo:
-Querida hija, con mamá nos parece
que ya es hora de que te cases. Nosotros ya estamos grandes. Vamos a cumplir
cuarenta años de casados y queremos hacer un largo viaje. Pero antes nos
gustaría verte junto a un buen hombre que te ayude a dirigir los destinos de
este reino.
La princesa puso una
cara de no gustarle mucho la idea. Hizo silencio, tosió, se rascó un ojo y
finalmente habló:
-Está bien papi, pero yo
elegiré a mi futuro esposo.
-Ah, pero nosotros
habíamos pensado en el Conde de..
-¡Conde
de nada, yo decido con quién me casaré!
-Pero Almíbar, no es así la cosa
-Entonces, no hay casamiento – se plantó la princesa.
El rey consultó en voz baja con la reina unos cinco minutos. Al final, aceptó.
-De acuerdo, Almíbar ¿Y quién sería para vos el candidato ideal?
-Mmm, no te lo voy a decir. Sólo te
puedo adelantar que quien me traiga el mejor regalo, ese se casará conmigo.
-¿Y se puede saber qué tipo de
obsequio tendría que ser? No sé, tal vez una joya, un caballo, un vestido…
-Ah, no, eso no lo voy a decir, es
un secreto. Muchos jóvenes del reino me conocen y el que sepa lo que me gusta, ese será mi esposo.
Al día siguiente comenzó a correr la noticia por todos los alrededores:
“SÁBADO 25 DE JULIO A PARTIR DE LAS
15 HS. LA PRINCESA ALMÍBAR ELEGIRÁ A SU FUTURO ESPOSO. LLEVAR OBSEQUIO.”
A las 15 en punto del sábado los guardias abrieron las puertas del castillo
y comenzó el desfile de candidatos.
Pasó el primero, muy distinguido,
traía un enorme y colorido ramos de flores.
-Muy bello, pero no – dijo la
princesa
Pasó el segundo, se arrodilló a sus
pies y abrió un estuche que contenía un anillo tan brillante que iluminó toda
la sala.
-Muy fino, pero no – respondió nuevamente la joven,
Pasó el tercero, le entregó una caja
redonda forrada con papel azul y un moño plateado. La cara de la princesa se
transformó y se la veía muy entusiasmada abriendo el presente. Era un sombrero
confeccionado con finísimas telas.
-Muy elegante, pero no. Me había
ilusionado con que era una torta de chocolate y frutillas – comentó la princesa
Pasó el cuarto, un abanico… el
quinto, un perrito… el sexto, un prendedor de diamantes… y la respuesta de la
princesa era siempre negativa.
Pasó el séptimo, muy simpático, le
obsequió una caja rectangular envuelta en papel rojo con lunares blancos y
atada con cintas doradas. Cuando Almíbar la abrió, vio con sorpresa delicadas
formas de frutilla, manzana y naranja. Sacó una de manzana y exclamó:
-¡Al fin bombones! – mientras la
llevaba a la boca
-¡No, son jabones! – le advirtió el
joven caballero. Pero ya era tarde.
Las doncellas corrieron a buscar un
vaso de agua. Almíbar se enjuagaba una y otra vez la boca, escupía espuma roja
con gusto a manzana, le picaba la nariz, estornudaba. Le agarró una crisis de
nervios. No quiso saber más de pretendientes menos de regalos. Los guardias muy
educadamente despidieron a los que
estaban esperando. El rey y la reina se fueron a recostar, se quejaban de que
les dolía mucho la cabeza.
-¡Me voy a caminar! – anunció la
princesa y disparó camino al lago.
Iba descalza por la orilla,
salpicándose las puntillas del vestido, cuando vio a un joven sentado sobre la arena con la cabeza gacha.
Entre sus manos sostenía con mucha fuerza un recipiente pequeño.
-Hola – lo saludó la princesa
-Hola- dijo él sin levantar la
cabeza
-¿Qué tenés ahí? – le preguntó
Almíbar
-Un postre que preparó mi mamá
-¿Y por qué no lo comés?
-Porque no es para mí.
-¿Y para quién entonces?
-Para la princesa Almíbar.
-¿Y por qué no se lo das?
-Porque ya se cerraron las puertas
del castillo, no llegué a pasar.
-¿Y por qué se te ocurrió traerle un
postre?
-Porque no es un postre cualquiera.
A ella le gusta mucho. Cuando va al pueblo siempre para en el puesto de dulces
de mi mamá y pide un vasito. Yo la miro de lejos. Es tan linda. Hace tiempo que
estoy enamorado.
-¿Me dejás probar?
-Bueno – respondió resignado el
muchacho – y cuando se puso de pie y levantó la vista para entregarle el postre casi se desmaya al reconocer a la
princesa.
Almíbar tomó entre sus manos el
recipiente. Era de vidrio, con doble pared, en la interior tenía frutillas,
bananas y manzanas cortadas en trozos pequeños, mezcladas con jugo de naranjas
y bañadas con salsa de chocolate. En la pared de afuera hielo triturado. Se
sentó sobre una piedra y se lo comió todo, disfrutando cada cucharada. El joven
la miraba, con cara de embobado y por momentos asustado, no decía nada. Parecía congelado.
-Ahora vamos a darle la noticia a mi
papá. – expresó Almíbar apenas terminó
el postre
-¿Qué noticia? - preguntó sorprendido él
- Que ya encontré a la persona que sabe lo que me gusta- dijo suavemente la princesa y tomándole la mano le preguntó el nombre.
- Donato- susurró él.
Almíbar y Donato volvieron al castillo entre charlas y risas.
- Tenés la mano fría- dijo él.
- Y vos helada- dijo ella.
Y colorín colorado, esta fiesta siguió con casamiento, mesa dulce y muchos helados.
AUTORA: Mónica Armando de Beltramone
Rafaela (Santa Fe- Argentina)
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