Cada
noche, Tobías lee un cuento antes de dormir; sobre todo ahora, que debe
quedarse adentro por todo eso de la cuarentena. Con sus nueve escasos años,
tiene una biblioteca enorme, con todos los cuentos imaginados para la niñez.
Los personajes son parte de su vida y su imaginación vuela a través de cada
historia. Desde los entrañables Pinocho, Cenicienta, Blancanieves y Pluto, hasta
los tétricos y sombríos Capitán Garfio y Cruela de Vil, entre otros, lo acompañan
diariamente en osadas aventuras. Cada vez que lee, se sumerge en el mar con
Nemo o la Sirenita, atraviesa bosques con siete enanos o vuela por el aire con
Aladino. Y por la mañana, le cuenta a su familia que se escapó de un lobo o que
rescató a una princesa.
Pero una de
esas noches que buscaba algo para leer ocurrió algo diferente. Encontró que los
cuentos estaban vacíos; los personajes habían desaparecido, sólo quedaban los
espacios y los paisajes. ¿Dónde se habían ido todos?
Revisó la
biblioteca de punta a punta, abriendo y cerrando cada libro. Pero nada.
Inspeccionó debajo de la cama, detrás de las cortinas, en los cajones y
estantes. Y nada. Hasta que, ya entrada
la medianoche, encontró un cuento que sí tenía personajes; la tapa era la
imagen de un bello castillo en el medio de un bosque, entre colinas y cerca de
un lago, y el título era: “El libro mágico”. Muy extraño; nunca lo había visto.
Sin perder más tiempo, comenzó a leerlo.
“Érase
una vez, en un tiempo no muy lejano, que una plaga azotó al mundo. Pero había
un lugar, sólo uno, que era seguro: un castillo que pertenecía al Príncipe de
los Cuentos. Allí se dirigieron todos los personajes de todos los cuentos
escritos por los hombres, para protegerse de esa terrible pandemia…”.
Tobías no
lo podía creer; a medida que daba vuelta las páginas, veía que todos los
personajes de sus cuentos estaban allí, conviviendo en el castillo. Sin darse
cuenta, frotó la primera página y algo mágico ocurrió: se encontró de pronto
frente a la gran puerta que hacía de ingreso al Palacio. El bello paisaje que
lo rodeaba lo impactó. Las montañas, a lo lejos, con sus picos nevados, se
confundían con el cielo de nubes de diversos colores; el lago sereno espejaba
los árboles del inmenso bosque donde estaba enclavado el castillo. Miró el
portón de hierro y madera y, a pesar de que golpeó con su pequeña mano varias
veces, nadie se asomó. Inmediatamente escuchó una voz desde lo alto. Cuando
levantó la mirada, vio que Rapunzel estaba asomada desde una de las ventanas de
la torre. – Sube, Tobías! La puerta no se abrirá hasta que pase la plaga. Si estás
aquí, es porque frotaste el libro mágico que cambia de nombre cuando cambia la
historia.- le dijo, al mismo tiempo que extendía su largo cabello trenzado
a modo de cuerda, para que él trepara. ¡Ella sabía su nombre! Quizás todos los
personajes sabían los nombres de los niños que leían sus historias, pensó con
ilusión. ¿Qué había querido decir con que el libro cambiaba de nombre?
Cuando ya estaba dentro de la fortaleza,
comenzó a recorrerla, y en el momento en que bajaba las alfombradas escaleras,
se cruzó con los tres chanchitos que subían apurados. Por las ventanas podía
ver los inmensos jardines del castillo, donde Bambi y Dumbo jugaban con una
pelota, y el Lobo Feroz cargaba leña para la estufa. En el gran salón,
Caperucita estaba bailando con el Gato con botas, y Donald con la Bella
Durmiente, al compás del piano que tocaba Gepetto. En la cocina, se asustó al
ver a Úrsula, la bruja del mar, que revolvía una gran olla, pero ella estaba
preparando comida para todos, mientras un dragón- que no recordaba de qué
cuento había salido- echaba fuego para
calentarla. Los malvados también tenían sus tareas: Maléfica estaba limpiando
los grandes ventanales y La Bruja Cachavacha barría con su escoba voladora los
interminables salones. El Sastrecillo Valiente estaba a cargo de mantener en
condiciones las prendas de todos, y Peter Pan, que era el único que salía del
Castillo, volaba hacia la aldea más cercana para buscar las provisiones cuando
era necesario. Había un gran clima de
armonía y solidaridad.
Tobías
decidió que se quedaría allí hasta que terminara la cuarentena; quizás los
personajes también regresarían cada uno a sus respectivos cuentos cuando todo
finalizara.
Cuando
llegó la mañana, la mamá de Tobías abrió la puerta del dormitorio del niño, y
se asombró al encontrar su cama vacía y un libro de cuentos sobre la almohada.
Ella lo tomó y comenzó a hojearlo. Mucho se sorprendió al ver que en una de sus
páginas, Tobías estaba jugando a las
escondidas con Pulgarcito y Alicia, la del País de las Maravillas.
¿Qué
estaba ocurriendo? ¿Cómo sacaría a su hijo de allí? Como no sabía qué hacer,
comenzó a leer el cuento. Su sorpresa aumentaba a medida que iba avanzando con
la historia.
“…pero un niño apareció de pronto en el
palacio. Los personajes le dieron la bienvenida y lo invitaron a quedarse con ellos
para transitar la peste que azotaba a las aldeas. Tobías aceptó gustoso pensando
que podría jugar y compartir aventuras con sus héroes, y por qué no con los
villanos. Le tocó compartir la habitación con Gulliver, el de los viajes
fantásticos, y con Harry Potter, quien de
noche dejaba su varita mágica sobre la mesita de luz…”
Tobías
parecía feliz, sin embargo ella estaba muy asustada. Se apuró en llegar al
final del cuento para ver qué ocurriría, y las últimas frases relataban:
“Y así fue que un buen día todo volvió a la
normalidad, los protagonistas retornaron a cumplir con sus roles de héroes o de
villanos en sus respectivas páginas, y el niño regresó a su casa, sano y salvo,
y muy feliz.”
Cuando la
mamá de Tobías cerró el libro, notó con desconcierto que el título había
cambiado por otro. Y ahora se llamaba “La cuarentena de Tobías”.
AUTORA: Beatriz Chiabrera de Marchisone
Clucellas (Santa Fe- Argentina)
1 comentario:
waauu no me esperaba este final fue fantástico, logras que viaje a los cuentos de hadas nuestro Peter Pan eterno, precioso relato Felicidades Beatriz, un abrazo desde mi brillo del mar
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