Nada más contemplar la imagen, me ha venido a la memoria
Arroyo “el Pianista gregoriano”, un hijo de aldeano, de Arroyo de Cuéllar, con
el que coincidí en el Seminario
Conciliar de Segovia (yo venía de san Cristóbal de Cuéllar), para estudiar para
canónigo y aprender a cantar y tocar el canto gregoriano.
Yo le aventajé en las letras y él me aventajó en la
práctica musical gregoriana.
Los dos habíamos sido monaguillos en nuestro pueblo y
sabíamos lo bueno que era tocar el órgano de la Iglesia y comernos las hostias
sin consagrar y el vino de misa, muy parecido a la mistela.
Los dos éramos altos y flacuchos, como dos personajes
sacados del Entierro del Conde de Orgaz, famoso cuadro del extraordinario
pintor El Greco (“el Griego”) , de sobra conocido
A nosotros dos no nos hacían ni pizca de gracia nuestros
padres superiores que, en el Refectorio, engordaban con lo magro del cerdo
mientras a nosotros nos daban los huesos; sacándonos encima, por obligación, el
decir un “gracias a Dios” y “buen
provecho”.
En época de exámenes, yo, a mi amigo Arroyo, le pasaba
los apuntes de Letras, haciéndole “chuletas” para que pudiera copiar. El me
enseñó con cariño a pisar el fuelle del órgano y tocar su teclado en
gregoriano.
Lo que más nos gustada a los dos, sobre todo en momento
de ejercicios espirituales, era tocar esa partitura que se refleja en la
imagen, cantando estas letrillas que yo compuse:
“A Euterpe “la
placentera”
Se le ha caído del seno
una rosa.
¡Qué glorioso que está nuestro
órgano
Y esa copa de
vino caído sobre él ¡
Recuerdo que, antes de salirnos del Seminario, los dos,
juntos, subíamos a la cumbre de la
Mística y, un día, en mala hora, nos pillaron en el dormitorio de Arroyo y, por
tocar nuestras flautas sólo, nos expulsaron.
AUTOR: Daniel de Culla
Burgos (España)
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