Había una vez un planeta solitario muy parecido a la
tierra perdido en una galaxia lejana del universo y a él llegó el Principito,
convertido con el pasar de los años en un joven alto y hermoso. El lugar era un
paraíso de ensueño, mágico y maravilloso, con vista a unas montañas, rodeadas
de un hermoso lago de oleaje suave, con playas donde las aguas iban a descansar
entre arenas y pedregales.
Envuelto en ese paisaje encantador, disfrutó de las
bellezas naturales durante el día soleado recorriendo el planeta donde se encontraba, hasta que en el ocaso de
ese día, el sol ya no se mostraba en el horizonte anunciando la oscuridad, la
que fue cayendo de golpe, mientras iban apareciendo en el cielo nueve lunas de
distintos colores. Cuando el día llegó a su fin, la luz de las lunas y las
estrellas iluminaron el lugar donde se encontraba, inundándolo todo con un
intenso resplandor plateado, que generaban misteriosos contrastes en la noche.
Pero como la temperatura
empezó a bajar, el Principito se acurrucó buscando protegerse como pudo con su
capa, cuando observó que en el cielo comenzaban a encenderse
y apagarse unas luces esbeltas, que le parecieron como si fueran las de un Hada
alada, fantástica y etérea, que danzaba ante sus ojos bajo las nueve lunas.
Entonces quiso pedirle que le diera alguna protección en la
noche e hizo una súplica en dirección al cielo, con toda la voz que fue capaz
de juntar.
— Hada buena,
por favor, necesito que me ayudes y me proporciones un lugar donde guarecerme
en la noche.
Por un instante, oyó el
eco de sus propias palabras a la que nadie respondió. De pronto sintió un gran
estruendo y mágicamente apareció frente a sus ojos un inmenso castillo
iluminado por las nueve lunas y una voz proveniente del cielo le respondió.
— He creado para ti este castillo, que aunque es algo grande podrás vivir
confortablemente en él.
El Principito le
agradeció a viva voz el regalo y adoptó para pasar las noches una de las tantas habitaciones disponibles.
Sin embargo con el trascurrir de los días su espíritu estaba siempre triste,
porque en ese enorme castillo se encontraba solo y no tenía ninguna compañía
con quien compartir su vida envuelta entre todas esas bellezas naturales.
Entonces, quiso pedirle
al Hada que le sacara esa inmensa pena que tenía, y en una de esas noches
iluminada por las nueve lunas y con voz muy firme suplicó en dirección al
cielo.
— Hada buena, por favor, soy el único
ser que existe en este planeta y si bien vivo rodeado de un paraíso en el
enorme castillo que me creaste, me siento muy, pero muy solo ¡Necesito que
alguien me acompañe!
Después de esperar un
momento, divisó cerca de unos arbustos y
entre las hierbas unas pequeñas luces que aparecían y desaparecían, escondidas entre las hojas, lo
que lo hacían dudar si era realmente el Hada quien
se encontraba allí .
¿Llegaría a obtener la
compañía que buscaba, o acaso era una ilusión creada por su propia ansiedad?
Entonces, mientras se acercaba curioso, vio las manos luminosas del Hada
que se abrían, cerraban, y sumergían con
trozos de barro. De pronto, sintió un gran dolor, como si le
hubieran extraído una costilla de su cuerpo, pero nada le importaba, porque
había visto que el Hada había escuchado su ruego y seguramente estaba haciendo
algo bueno por él.
Fue así que al llegar,
surgió entre los arbustos el Hada luminosa, acompañada de una Principita joven
y hermosa.
— ¿Ella a quien iluminas en esta
milagrosa aparición es la compañía que te he pedido? —, le dijo
sorprendido.
— Así es y así será. El cuerpo de ella
tiene una parte del tuyo y desde ahora te acompañará en la vida para siempre
.
Y desde entonces en
aquel lejano planeta rodeados de un paraíso natural, charlando, bailando,
jugando y amando, viven muy felices en ese enorme castillo de las nueve lunas,
el que ahora es habitado por numerosos Principitos.
Y colorín colorado este cuento ha terminado.
Moraleja: De nada vale vivir en el paraíso, si no tenemos con quien compartirlo.
AUTOR: Néstor Quadri
Parque Avellaneda (Buenos Aires- Argentina)
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