Sintiendo la sangre hervir en sus venas, corría alocado por pasillos y habitaciones. Con la excitación de un niño subía de dos en dos los escalones para inmediatamente volver a bajarlos. Así se pasaba las horas, abriendo y cerrando cada ventana, infinidad de veces, comprobando quién sabe qué. O tal vez, simplemente ilusionándose con el paisaje, el que podía volverse muy diferente de un momento a otro. Las feroces olas del mar golpeando las rocas, en un pestañear, daban paso a un verde y espeso bosque en el que le gustaba cazar de día, pero evitaba y temía de noche, lejanos picos nevados solían elevarse, sin previo aviso, en el horizonte. La vista desde este castillo cambiaba y sorprendía en cada nuevo amanecer.
A escasos metros, una joven mujer, sencillamente vestida, lo admiraba sonriente. Donde muchos ven extrañados, y tal vez con pena,a un solitario niño, esta amorosa madre observaba el jardín de su casa convertido en un fabuloso castillo, con altas torres de cartón, banderines de trapos de pisos y puentes de escobas. Dentro de esta monumental construcción, acecha el cachorro de dragón “Roco”, de orejas puntiagudas, hocico chato y cola muy inquieta. El príncipe Ale con solo cuatro añitos, dueño de gran valentía e imaginación, protege ese hermoso reino de rosas, margaritas y malvones y a su bella madre, la reina.
AUTOR: Bruno Giménez
Lehmann (Santa Fe- Argentina)
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