Ubicado al borde de la gran montaña verde, en un hermoso castillo amarillo, con ornamentas de color mar y flores aterciopeladas, vive el príncipe Mantecol, conocido por sus fuertes bostezos y deseos de dormir todo el día. Sus padres, los Reyes, cansados de la situación, decidieron llamar al campesino más viejo del lugar, un señor muy bajito, con largos cabellos violetas y una tupida barba gris, que conocía todos los hechizos del lugar.
Un día, se presenta en el castillo, con una decena de tarros negros, todos bien cerrados y con distintas letras rojas en sus tapas. Los Reyes, asombrados de ver tantos tarros, lo acompañaron a la habitación del príncipe y por largas horas dejaron que el anciano y el príncipe tuvieran una larga charla.
Las horas pasaban y pasaban, no se sentía ningún ruido. La Reina, atemorizada, golpea la puerta una y otra vez, desesperada, sigue golpeando, luego de tanta insistencia, la puerta sigilosamente se abre, no podía creer lo que veía, su hijo, el joven príncipe, había dejado de bostezar, corrió, lo abrazó, saltaba de alegría, mientras el viejito de cabellos violeta observaba la situación, aprovechó para cerrar y guardar alfabéticamente todos los tarros.
Los Reyes agradecidos, lo llenaron de obsequios muy valiosos.
Antes que se retirara del castillo, le hicieron una última pregunta.
¿Cómo logró el milagro, buen señor?
El anciano contestó.
Muy fácil, estimados Reyes, con esfuerzo.
¿Con esfuerzo? esbozaron a viva voz.
Si, con esfuerzo.
Los Reyes, no sabían el valor del esfuerzo, dado que tenían un ejército de personas para servirlos. Confundidos, dejaron que el anciano se retirara con bolsas llenas de regalos.
El tiempo trascurrió, el príncipe nunca más bostezo y la alegría retornó al enorme castillo amarillo.
En realidad, nunca se develó el secreto de su cura, Pero…en los gigantes corredores del castillo, se comentaba, que el príncipe, era muy holgazán y no le gustaba estudiar, prefería dormir largas horas, hasta el día que ocurrió del milagro.
Su vida cambió, las letras que figuraban en la tapa de cada tarro lo atrapó, era el abecedario, Mantecol, ocupaba horas y días estudiando cómo combinar las letras, armó palabras, compuso oraciones , logró, ser el mejor maestro y escritor de la montaña, viviendo una vida muy feliz gracias a su esfuerzo.
AUTORA: Selva Angelica Elizabeth Simón
La Plata (Buenos Aires- Argentina)
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