En el hermoso castillo
que permanece en una colina de Luxemburgo,
vivía mi abuela Yesenia junto a su
esposo Jiulius y sus dos hijos. Ellos habían
escapado de Rusia en una revuelta de las tribus romané. La osadía de la
joven le significaba olvidarse de la familia y cargar con la maldición gitana
toda su vida. Nada le asustaba, la llegada de sus gemelos, su belleza, las
joyas y el amor incondicional se
traducía en alegría de vivir.
Las estaciones pasaban
con rapidez, al igual que la existencia
de las personas, el abuelo salía a cazar con amigos en ese invierno y lo
sorprendió la muerte; su partida dejaba a Yesenia y sus hijos en la tristeza
más profunda. Meses más tarde, la abuela comenzaba a revivir, preocupándose de su jardín, los
caballos de carrera, los pájaros y otras aves que alimentar.
El jardín se ubicaba alrededor de una
pista de baile y ningún invitado a las
fiestas se resistía de admirar las hermosas flores que estimulaban sus sentidos con el aroma que exhalaban. El
jardinero era un calé, especialista en genética floral, porque en determinados
períodos aparecían especies nunca vistas. Los otros empleados no le quitaban el
ojo y murmuraban que estaba enamorado de la princesa gitana. Cuando la
abuela hablaba y acariciaba las flores,
él vigilaba o se acercaba a responder
sus preguntas. La fotografiaba en
algunas oportunidades sin que ella lo
solicitara.
Al saberse la noticia
que la princesa gitana estaba viuda, amén de las condolencias, comenzaban a
llegar regalos y notas de algunos varones que deseaban visitarla y conocer su magnífico jardín. Un día citó a los cuatro varones que se interesaban en comprarle
caballos de carrera, terminado el
trámite del negocio, conocieron las
flores que rodeaban la pista. Ellos pedían que se tomara una foto en el jardín con
ellos y les regalara una flor que parecía mariposa. El
jardinero oía la conversación, se aproximaba molesto por tener que cortarla y dijo.-Vamos
a otro lugar, ahí pueden elegir diversas
flores.- Las visitas agradecían la
atención, se despedían encantados de Yesenia y felices con la compra del
caballo alazán.
Pasaban semanas sin
tener noticias de los compradores del caballo; Ralf regresaba de la subasta de
animales de carrera. Al conversar con la
abuela le decía -Madame, los caballos que usted vendió se revendían en la subasta.-
Un gitano explicaba que.- Los hombres habían caído en un sueño hipnótico al tomarse
una foto en el jardín con la princesa gitana. Que las flores eran venenosas.
Los hombres despertaban y se comportaban como niños pequeños.-
Ella quedaba
preocupada y consultaba al jardinero por las flores que podían ser hipnóticas. Por
qué a ella nunca le ocurría nada?
Él respondía -Madame
usted ha sido siempre el hada de las flores, su voz, su presencia en el jardín
embellece el lugar y bailan hasta las mariposas.
Terminaba el verano,
se aproximaba el cumpleaños de la abuela
y entre todos los invitados,
incluidos los hijos y parentela, apareció un zíngaro que desde el primer
día la conquistó. En el baile, las miradas iban y venían entre ambos y no
faltaban los besos furtivos. En un instante en que descansaban e iban a brindar, ella caminaba hacia las
flores para despejarse. El zíngaro la seguía, cortó una flor, la olió y la puso en sus
cabellos, ella le regaló una amapola. El joven miraba embelesado la amapola, la encontraba
maravillosa y decía que.-le recordaba su viaje al África.
Al día siguiente, se
preparaban para partir los visitantes, el prometido juraba volver en luna
llena, ya habían pasado dos y nunca
regresó. La abuela comenzaba a perder las esperanzas de volver a casarse. Ella
se marchitaba de tristeza. Ralf fue al
pueblo a buscar al enamorado. Recibió una lapidaria respuesta que llevó a su patrona. -Madame, el zíngaro ha perdido la razón, hablaba como
niño de cinco años.
Ella comprendía todo y
comenzaba a destruir el jardín
lentamente, caminaba por todas partes vestida de negro. Al atardecer, el eco
llevaba el llanto a la ciudad. El
castillo sigue iluminándose y la música gitana se oye a la distancia, aunque
las puertas siguen selladas para siempre.
AUTORA: Nélida Baros Fritis
Copiapó (Chile)
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